Me encuentro estudiando la Parashat Shemot del Zohar y encontre a estos tres Santos que dejaron una impresión imborrable... Quise hoy parafrasear y compartir con ustedes esta porción del Zohar (Shemot):
Rabí Yehudah Bar Ilay, mientras atusaba su Barba, salieron de sus labios perlas prístinas, que se posaron sobre los presentes, como alhajas de oro, brillantes y vibrantes, tan iluminadas que nunca mas habría oscuridad en esas mentes. Cuentan que esa tarde él enseño:
Una plegaria, a gritos o en silencio, alzada por un Justo, encanta y deleita más al Santo, Bendito Sea, que en cualquier otra cosa. Pero aunque a El le agrada, algunas veces concede su petición y algunas veces no.
Dicen que el Estudio de la Torah, era suficiente para alimentar a Rabí Yehuda Bar Ilay, hasta el punto de que él resplandecía de felicidad y buena salud. El fue un hombre extraordinariamente rico, pero sin deseo de beneficiarse de este mundo más allá de lo necesario.
Cuentan los discípulos de cierto año, en el que las nubes se quedaron sin lágrimas ¡Qué desesperación! porque estás lágrimas alegres, son para la tierra un beso, y labios que no besan se quiebran. Llora la amada suplicando que la besen, suplicando que regrese, sedienta de aguacero empalidece. Cálida tarde, tarde asfixiante, el buey ya no retoza, y mudos han quedado los arroyuelos, ya no ríen, ni serpentean, solo baila el polvo como flotando sobre el mismo lugar donde la cristalina antes trotaba. ¡Aterradora sequia! que clavó su aguijón en la espalda del hombre, Rabí Eliezer Ben Hurcanus, de quien se dijo es una cisterna cementada que no pierde una gota, mirando al firmamento, sólo implora al Eterno que oiga su ruego, pero la lluvia no llego, él vino y decreto cuarenta ayunos, pero la lluvia no llego. ¡No hay grano en el granero, ni heno en el henal!
Y Vino Rabí Akiva y exclamo: “Él hace al viento soplar”, y el viento soplo fuerte y poderoso, como un caballo... ¡Óiganlo cómo corre! grito despavorido uno de los presentes. Rabí Aquiva alzó sus ojos, y dijo: “Y Él hace la lluvia caer” y la lluvia llego ¡Oh lluvia silenciosa que los brotes aman! ¡Oh beso del cielo!
Rabí Eliezer al ver esto estaba alicaído. En la mente de los testigos germinó un pensar “Este es más importante” y en ese mismo instante se cuenta que se abrieron los Cielos y se escucho una voz, que proclamó: “No, no es que sea más grande, sino que pasa por alto sus costumbres” Esto es porque del hijo de conversos, las buenas costumbres son más distinguidas, en el Cielo.
Rabí Akiva, miro el rostro de su Maestro, y tomó nuevamente la palabra: Rabí Eliezer es como uno que es amigo y compañero del Rey; cuando va al palacio para gestionar algún favor, este no le es otorgado enseguida, pues el Rey tanto se deleita, tanto disfruta en la presencia de su amado amigo, que lo entretiene allí todo el tiempo que le es posible. Yo, en cambio, soy como el sirviente del rey, cuyos pedidos son rápidamente otorgados, deseando el rey que cuanto antes deje de turbarlo. Por eso dice: “Da al hombre de una vez lo que quiere, y así no tendrá que entrar en mi cámara”. Al oír esto, Rabí Eliezer se sintió confortado.
Rabí Yehudah Bar Ilay, mientras atusaba su Barba, salieron de sus labios perlas prístinas, que se posaron sobre los presentes, como alhajas de oro, brillantes y vibrantes, tan iluminadas que nunca mas habría oscuridad en esas mentes. Cuentan que esa tarde él enseño:
Una plegaria, a gritos o en silencio, alzada por un Justo, encanta y deleita más al Santo, Bendito Sea, que en cualquier otra cosa. Pero aunque a El le agrada, algunas veces concede su petición y algunas veces no.
Dicen que el Estudio de la Torah, era suficiente para alimentar a Rabí Yehuda Bar Ilay, hasta el punto de que él resplandecía de felicidad y buena salud. El fue un hombre extraordinariamente rico, pero sin deseo de beneficiarse de este mundo más allá de lo necesario.
Cuentan los discípulos de cierto año, en el que las nubes se quedaron sin lágrimas ¡Qué desesperación! porque estás lágrimas alegres, son para la tierra un beso, y labios que no besan se quiebran. Llora la amada suplicando que la besen, suplicando que regrese, sedienta de aguacero empalidece. Cálida tarde, tarde asfixiante, el buey ya no retoza, y mudos han quedado los arroyuelos, ya no ríen, ni serpentean, solo baila el polvo como flotando sobre el mismo lugar donde la cristalina antes trotaba. ¡Aterradora sequia! que clavó su aguijón en la espalda del hombre, Rabí Eliezer Ben Hurcanus, de quien se dijo es una cisterna cementada que no pierde una gota, mirando al firmamento, sólo implora al Eterno que oiga su ruego, pero la lluvia no llego, él vino y decreto cuarenta ayunos, pero la lluvia no llego. ¡No hay grano en el granero, ni heno en el henal!
Y Vino Rabí Akiva y exclamo: “Él hace al viento soplar”, y el viento soplo fuerte y poderoso, como un caballo... ¡Óiganlo cómo corre! grito despavorido uno de los presentes. Rabí Aquiva alzó sus ojos, y dijo: “Y Él hace la lluvia caer” y la lluvia llego ¡Oh lluvia silenciosa que los brotes aman! ¡Oh beso del cielo!
Rabí Eliezer al ver esto estaba alicaído. En la mente de los testigos germinó un pensar “Este es más importante” y en ese mismo instante se cuenta que se abrieron los Cielos y se escucho una voz, que proclamó: “No, no es que sea más grande, sino que pasa por alto sus costumbres” Esto es porque del hijo de conversos, las buenas costumbres son más distinguidas, en el Cielo.
Rabí Akiva, miro el rostro de su Maestro, y tomó nuevamente la palabra: Rabí Eliezer es como uno que es amigo y compañero del Rey; cuando va al palacio para gestionar algún favor, este no le es otorgado enseguida, pues el Rey tanto se deleita, tanto disfruta en la presencia de su amado amigo, que lo entretiene allí todo el tiempo que le es posible. Yo, en cambio, soy como el sirviente del rey, cuyos pedidos son rápidamente otorgados, deseando el rey que cuanto antes deje de turbarlo. Por eso dice: “Da al hombre de una vez lo que quiere, y así no tendrá que entrar en mi cámara”. Al oír esto, Rabí Eliezer se sintió confortado.
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