En el Templo Sagrado, la vestimenta que utilizaban los Cohanim (sacerdotes) estaba constituida por objetos simples: una capa, pantalones, una gorra y un cinturón, todos ellos de color blanco. Y eso era todo. Lo suficiente para cumplir su propósito de ropas – cubrir el cuerpo – y nada más.
Aparentemente, “la ropa no hace al hombre” – en especial cuando está sirviendo a Dios.
Hoy en día, la ropa se ha convertido en una expresión de lo físico. Enfatiza la forma y figura. Atrae con sus colores y diseños. Crea estatus – a pesar de que sea un estatus irreal. En lugar de permitirnos dirigir nuestra atención hacia el alma divina que hay en aquellos que nos rodean, la ropa hace justamente lo contrario. Nos distrae de quien es realmente la persona al crear una impresión superficial.
Las vestimentas de los Cohanim eran simples porque sus acciones eran lo que importaba, y no sus ropas. Verse bien puede ser un simple sustituto, un placer falso que otorgue una mera ilusión de la perfección y belleza que todos buscamos.
Sí, es importante verse impecable y presentable, pero más importante que “verse bien” es “hacer el bien”. No te contentes con crear una impresión en base a tu forma de vestir; mejor, primero transfórmate en una persona cuyas acciones son lo que realmente cuenta.
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