Aprendamos de Abraham, quien se dedico a que todo el que se cruzará por su camino, conociera al Eterno.
Sus descendientes el Pueblo de Israel, tiene como propósito dirigir a la humanidad al amor por la verdad y la paz, acompañando a su vez a los pueblos de todas las naciones a lograr una relación sincera y permanente con el Creador, tal como lo hiciera su Padre.
Israel, al no cumplir con su propósito, y dedicarse a lo contrario, atrae sobre sí el odio de las naciones.
Tal como esta escrito en el lenguaje del profeta, es nuestro deber ser "una luz para los pueblos" (Ishaiah 49:6).
Fue con este propósito que el Bet Hamikdash, el Templo, fue construido en Yerushalaim, erigiéndose como el lugar del encuentro entre el pacto que nos conecta con Hashem y nuestra conexión con las naciones del mundo.
Cuando consagró el Templo, el rey Shlomoh oró ante Hashem que sirva no sólo como soporte de nuestra unión con el Todopoderoso, sino también, según sus palabras, para que:
"…El extranjero que no pertenezca a Tu pueblo Israel, pero ha venido de una tierra lejana en aras Tu Nombre –porque los hombres oirán acerca de Tu gran Nombre y Tu poderosa mano y Tu brazo extendido- cuando venga y rece hacia este Templo, entonces Te oirá desde los cielos, Tu morada, y harás lo que el extranjero Te pida; entonces todos los pueblos de la tierra conocerán Tu Nombre y Te temerán, como lo hizo Tu pueblo Israel, y sabrán que esta casa que he construido abriga Tu Nombre". (I Reyes 8:41-3)
Entonces, el proceso de destrucción del Templo que en efecto tomó muchos años, tuvo distintas consecuencias.
No sólo llevó a la trágica pérdida de nuestra capacidad de cimentar nuestra relación con el Creador, sino que también entorpeció y posiblemente dejó fatalmente aniquilada nuestra capacidad de influenciar a otras naciones con nuestras ideas únicas y nuestro compromiso con la verdad y la paz, tal como está revelado en la Torah.
Por eso debemos tomar conciencia. Y debemos reconstruir Nuestro Templo Interior.
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