25 de noviembre de 2013

El costo de la oportunidad.

Son muchos los ejemplos en con los cuales podemos afirmar que el éxito no se define por lo que logramos obtener, sino por lo que somos capaces de entregar.

Por lo que cada vez que tengas la oportunidad de dar, no la pierdas. Recuerda el costo de la oportunidad, jamás pierdas nada, ni una sola oportunidad. 


Debemos encontrar siempre y jamás desperdiciar una oportunidad aun en las situaciones mas inverosímiles.


Una vez lei sobre un hombre (que no es ni un rabino ni un maestro) sino un hombre de negocios muy exitoso, que tiene una tarjeta que le entrega a cada persona con la que se reúne; una tarjeta profundamente inspiradora. Por un lado dice, "¿Qué estás haciendo en la Tierra por el honor de Dios?", y al otro lado tiene su credo personal: "Ayudar a otros es la renta que pagamos a Dios por el derecho de vivir aquí en la Tierra".

Debemos recordar que los legados se crean durante nuestras vidas. La clave para alcanzar la grandeza es ser responsables por algo que siga existiendo después de nuestra muerte. Como dijo hermosamente Horace Mann:

"Avergüénzate de morir hasta que hayas logrado alguna victoria para la humanidad".

Y la Torá nos ordenó estar preocupados por el tikún olam, mejorar el mundo, no solamente como una forma de cumplir con nuestra responsabilidad, sino también como un medio para alcanzar la inmortalidad.

Es nuestro deber hacer esto incluso con desesperación:

Hay una historia de esas de las redes sociales, que quiero compartir con ustedes hoy.
Cierta vez un hombre decidió consultar a un sabio sobre sus problemas. Luego de un largo viaje hasta el paraje donde aquel Maestro vivía, el hombre finalmente pudo dar con él:


- Maestro, vengo a usted porque estoy desesperado, todo me sale mal y no sé qué más hacer para salir adelante.


 
El sabio le dijo:



- Puedo ayudarte con esto... ¿sabes remar?



- Un poco confundido, el hombre contestó que sí. 



Entonces el maestro lo llevó hasta el borde de un lago, juntos subieron a un bote y el hombre empezó a remar hacia el centro a pedido del maestro. 



- ¿Va a explicarme ahora cómo mejorar mi vida? -dijo el hombre advirtiendo que el anciano gozaba del viaje sin más preocupaciones.



- Sigue, sigue -dijo éste- que debemos llegar al centro mismo del lago. 



Al llegar al centro exacto del lago, el maestro le dijo:



- Arrima tu cara todo lo que puedas al agua y dime qué ves. 



El hombre, pasó casi todo su cuerpo por encima de la borda del pequeño bote y tratando de no perder el equilibrio acercó su rostro todo lo que pudo al agua, aunque sin entender mucho para qué estaba haciendo esto. De repente, el anciano le empujó y el hombre cayó al agua. Al intentar salir, el sabio le sujetó su cabeza con ambas manos e impidió que saliera a la superficie. Desesperado, el hombre manoteó, pataleó, gritó inútilmente bajo el agua. Cuando estaba a punto de morir ahogado, el sabio lo soltó y le permitió subir a la superficie y luego al bote



Al llegar arriba el hombre, entre toses y ahogos, le gritó:



- ¿Está usted loco? ¿No se da cuenta que casi me ahoga? 



Con el rostro tranquilo, el maestro le preguntó:



- ¿Cuando estabas abajo del agua, en qué pensabas, qué era lo qué más deseabas en ese momento?.
- ¡En respirar, por supuesto!



- Bien, pues cuando pienses en triunfar con la misma vehemencia con la que pensabas en ese momento respirar, entonces estarás preparado para triunfar".



Es así de fácil (o de difícil). A veces es bueno llegar al punto del "ahogo" para descubrir el modo en que deben enfocarse los esfuerzos para llegar a algo.

Enviado desde mi dispositivo movil BlackBerry® de Digitel.







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