En su sentido original y Tradicional, el término "Avodá" -Servicio Divino- se aplicó a los sacrificios animales ofrecidos en el Templo de Jerusalem [Bet Hamikdash], y más específicamente al propio rito de sacrificio, del complejo y tenso servicio principal del Sumo Sacerdote [Kohen Gadol] en el Día del Perdón [Yom Kippur]. (El décimo día del séptimo mes, el día de expiación por los pecados (Levítico 16-18). Sábado de los días de reposo y un día en el que uno debe afligir el alma (Levítico 16:29), un día estricto de descanso (Levítico 23:27). De acuerdo a Najmánides (Rabino y filósofo del judaísmo catalán de la Edad Media), el sacrificio del animal es la forma más significativa de ese Servicio. Cuando el Templo aún existía, estos “sacrificios animales” eran la expresión visible de nuestro verdadero -Servicio al Eterno.
Desde
una perspectiva interior, podemos profundizar el
concepto de Servicio Divino [Avodá],
partiendo de la enseñanza de nuestros Sabios: El hombre ha sido creado sólo para Servir a su Creador [final del tratado de Kidushin, también abordado en
Taanit 27b, Meguilat 31b], y a la afirmación de fuentes Kabbalisticas,
de que no puede haber mayor servicio rendido a Di-s por un hombre, que el de someter la
Inclinación al Mal mediante el poder del amor a Di-s.
El
sacrificio y la sangre del animal derramada, en ese Rito,
simbolizan la sublimación del instinto animal. A este respecto, el regalo más
grande que ha otorgado El Eterno al hombre, es el intelecto que le permite
discernir entre lo bueno y lo malo, pues dentro del corazón del hombre está
escondida la bestia salvaje, que la Tradición ha venido a denominar -la Inclinación al Mal-. Cuando el hombre
hace que su mente superior sucumba al impulso animal, rechaza su don Divino.
Como
se mencionó anteriormente la avodá requiere la presencia de un Sumo Sacerdote
que representa a una persona justa. En este sentido, la Tradición hebrea habla
de tres Justos, y de los sacrificios animales que ofrecían. Estos personajes por sus características
peculiares, vienen a representar los tres tipos o niveles de Servicio
del Justo o Sacerdotal, a saber:
Noé (ver sacrifico en Génesis 8:20),
Abraham (ver sacrifico en Génesis 22:13) y,
Moisés (a través de él nos llegan las leyes del servicio, ver
la descripción de Éxodo 24).
Cada
uno de estos personajes representa en nosotros una etapa en nuestro desarrollo
espiritual:
Nivel
de Servicio: Noé
Marca
el comienzo de la primera etapa del
desarrollo espiritual del hombre, a través del “Refinamiento” que implica un
proceso de identificación de nuestros atributos negativos del carácter (egoísmo) provenientes de nuestra
inclinación al mal. (la desidentificación con la
causa del mal -nuestro
egoísmo-, y el inicio del “Refinamiento” de los
atributos negativos del carácter). El diluvio que relata la
Torah (Génesis 6,5-8,19) nos
indica el fin de la etapa egoísta en nuestra vida, y cuando
ello sucede, surge en nosotros un grado de corrección llamado Noé.
Las
diez generaciones desde Adám hasta Noé, descritas en el libro del Génesis, son
las que enmarcan el estado espiritual denominado Tohu (caos). Dicho caos es el resultado
del deseo de recibir inconsciente y
egoísta, el cual no nos permite percibir al prójimo como parte única,
insustituible y complementaria de la realidad y la vida.
Noé,
luego del diluvio, instauró un mundo fundado en principios del respeto mutuo
por la vida, la propiedad y la familia. Este primer nivel Sacerdotal, está
representado por Noé.
Para
alcanzar el refinamiento mínimo necesario en este nivel de servicio sacerdotal,
se requieren los siguientes principios esenciales:
(1) La Creencia en Dios, es decir, el cumplimiento de los deberes del Hombre para con Dios, (2) La inmortalidad del alma, es decir, el cumplimiento de los deberes del Hombre para consigo mismo. (3) La existencia de un código moral que guía la conducta del hombre, una vida sexual sana, respeto por la vida, la naturaleza y la propiedad privada; así como el establecimiento de cortes de justicia para implementar el cumplimiento de dichas leyes, es decir, los deberes del Hombre para con su prójimo.
El “Noajismo”
(de Noaj, es decir, Noé en hebreo) presentado
en la actualidad, es sin duda una interpretación religiosa, muy alejada de su verdadero significado interior. Existen muchos escritos escuetos, que
hablan de las siete leyes de Noaj y lo hacen, desde una dimensión muy
simplista, desvirtuando su realidad.
En
su verdadera dimensión, desde el punto de vista del dominio “Iniciático”, resulta más complejo, dado
su profundo contenido esotérico. La condición de iniciático es por su sentido primigenio
(viene desde la creación misma), se
refiere a aquellas personas que han recibido la transmisión de una influencia espiritual, de orden supra humano, que
les permite conectar sus elementos sutiles, con su propio espíritu para
establecer el vínculo con El Creador,
gracias a mantener desde orígenes prístinos, hasta nuestros días, la Cadena de
Transmisión Iniciática, comprobable según la Organización Tradicional a la cual
pertenezca.
En
este orden de ideas, En el Noajismo auténtico,
se ha interpretado que Sem recibió un
grado o nivel de Sacerdocio, al recibir la bendición de su padre Noé: "Di-s beatificó a Jafed y morará en la casa de Sem” (Génesis 9:27). Es
decir, tendrá el mérito como sacerdote de servir y hospedar a Dios
(Maharzav
sobre Levitico Rabá 25: 6). Así mismo, Ever
bisnieto de Noé, siguió también la
tradición monoteísta (Meguilá 12a, Rashí, sobre Génesis 28:9).
Junto
con Sem fundó una escuela tradicional iniciática, donde transmitían la
Tradición, y cuya sala de estudio se encontraba en una cueva en el centro de la
ciudad de Tzfat, al norte de Israel.
El Noajismo primordial era una organización
iniciática.
En
la actualidad, es posible visitar en Israel la cueva que fue sede de esta escuela.
El Rabí Eleazar menciona que esta
cueva fué uno de los tres lugares donde la inspiración divina (Ruaj
HaKodesh) se manifestó (Makkot 23b) y el
maestro Rabí Isaac Luria (Ari Hakadosh)
habló también de esta cueva.
Es
interesante resaltar que la tradición
judía identifica a Melquisedec, Rey de Salem (ciudad llamada posteriormente Jerusalém) con Sem, el hijo de Noé, (Nedarim 32b; Génesis Rabá 46:7; Génesis Rabá
56:10; Levitico Rabá 25:6; Números Rabá 4:8). Melquisedec (sobre quien, la desacertada carta a los hebreos,
escrita por el judío helénico converso al cristianismo de nombre Apolo, hace
tanta especulación) es un eslabón en la cadena de esta
organización iniciática conocida como la Escuela de Sem-Ever.
En
consonancia con los referentes históricos, la Escuela de Sem y Éver transmitió sus
principios sólo a quienes deseaban conocerlos, e iniciaban en estos misterios
únicamente a personas cualificadas, rectas,
libres y de buenas costumbres; práctica que se mantiene inclusive hasta el
día de hoy, en las escuelas recipiendarias de esta Tradición.
De
acuerdo con el Midrash, Sem nació
circuncidado (Génesis Rabá 43: 6) y ejecutó funciones similares a las del
Sumo Sacerdote (kohen gadol), en
el sentido de que enseñó la tradición a los patriarcas (quienes eran descendientes suyos),
antes de que se entregara la Torah al
pueblo de Israel como tradición completa, públicamente en el Monte Sinaí.
La
Torah afirma que El patriarca Abraham
se reunió con Melquisedec (Sem), después de la batalla de
los cuatro reyes, atestiguando el uso de formas rituales primigenias, en la que
los conocidos símbolos pan y vino, ya
estaban
presentes (Génesis 14:18-20). De acuerdo al Midrash, Melquisedec
instruyó a Abraham en la Tradición (Génesis Rabá 43: 6).
Otra
referencia indirecta a la existencia de esta escuela antigua y su relación con los patriarcas, la encontramos en
un enigmático verso en el Génesis referente al embarazo de los mellizos de Rebeca, esposa de Isaac (hijo de Abraham)
que dice lo siguiente: “Y lucharon los
hijos en su vientre, y ella dijo: Si es así ¿por qué deseé yo esto? Y fue a
consultar al Eterno” (25:22). Rashí explica que esto sucedía cuando Rebeca, pasaba frente a la puerta de Escuela de Sem-Ever, Jacob, se agitaba por salir, pero cuando
pasaba frente a un burdel, Esaú se
agitaba por salir. Según Rashí: Jacob el patriarca (hijo de Isaac,
el mismo que se agitaba en el vientre de su madre), al
marcharse de su hogar a los sesenta y tres años de edad (de Israel
rumbo a Haran),
estuvo catorce años en esta escuela tradicional estudiando la "Tradición Torah" de su época.
Más tarde estudió también allí su hijo José, quien fue Visir de Egipto durante
ochenta años.
Volviendo
al nivel de sacerdocio que representa Noé, la Torá menciona que Noé fue el
justo de su generación, es un tzadík,
pero su grado de entrega hacia el prójimo tiene límites, dado que su influencia
sobre sus semejantes aún está restringida al nivel de la mente, es por ello
que, cuando el Eterno le anuncia que va a provocar un diluvio que destruirá al
mundo, él trata de explicar a los hombres que se alejen del mal.
El grado de Noé señala el ámbito de la
voluntad humana, capaz de movilizarnos intelectualmente, pero sin lograr
influir de forma irremediable en nuestros actos concretos.