Los Sefarim Jitzoniím fueron escritos en tiempos en que los judíos estudiaban la Torá y los sabios la interpretaban y explicaban. Se trata de libros escritos por judíos en tiempos del Segundo Templo y en la etapa inmediatamente posterior (350 a.e.c. - 150 e.c.), cuyo sentido se asemeja al de los textos bíblicos pero que no fueron consagrados junto con los 24 libros de la Mikrá, cuyo proceso de cristalización en un solo tomo consagrado "El Tanaj" tuvo lugar en aquella misma época. Parte de ellos se ha perdido, y algunos han sido re-descubiertos recientemente.
Entre los Sefarim Jitzoniím más importantes cabe mencionar a los Libros de los Macabeos (I y II), gracias a los cuales sabemos de la rebelión de los Macabeos; los libros atribuidos a Janoj, que incluyen mucho material referido a las creencias de los judíos en tiempos del Segundo Templo; el Sefer Hayovlot, que describe los acontecimientos más importantes desde la creación del mundo hasta el Exodo de Egipto; el Libro de Judith, que despliega la tradición de heroísmo de las mujeres judías; el Libro de Ben-Sirá (que lleva el nombre de su autor), destinado a ensenar sabiduría y principios morales al pueblo judío, y a educarlos en la reverencia a D's en el espíritu de la Torá; la Epístola de Aristíades, atribuida a un autor griego, que contiene la traducción de la Biblia al griego a pedido del emperador egipcio Ptolomeo.
Los que opinan que su lectura es poco edificante, y que debe evitarse.
La Mishná nos enseña: "Uno que lee sefarim jitzonim, literalmente "libros externos", no tiene porción en el mundo venidero". Algunos interpretan sefarim jitzonim como libros de herejía. Sin embargo, el Maharal explica que sefarim jitzonim no son libros que están prohibidos por la Halajá (como son libros de herejía o pornográficos), sino que, él explica, se refiere a libros cuyo propósito entero no es otro que matar el tiempo.
Sefarim jitzonim, libros externos, son libros que lo "sacan" de la realidad. Dan una excusa para no pensar. Las personas que los leen religiosamente, como libros sagrados, están entre aquéllos que no tienen porción en el mundo venidero.
¿Pero que es esto? según una posición los Libros externos, que en realidad es una expresión para definir a los libros apócrifos, cuyo contenido es netamente ateo y alejan al lector de Dios. Así lo define expresamente el mismo Maimónides en el Mishné Torah, Leyes de la idolatría capítulo 2:2 y 3:
Varios libros fueron compuestos por los idólatras acerca de la idolatría y la manera de servirla y cuales son sus fueros y reglamentos. Dios nos ha encomendado que no leamos nada de aquellos libros, ni ojearlos ni nada por el estilo, aun observar y reparar en la forma externa de la imagen de la idolatría esta prohibido, como está escrito: ‘No os dirijáis a los ídolos’… No solamente la idolatría nos está vedado pensar en ella, sino que cualquier pensamiento que lleva al individuo a renegar de alguno de los principios de la Torah, estamos advertidos de no mantenerlos en nuestra mente ni prestarle atención… pues la sabiduría de las personas es limitada y no todos están capacitados para poder captar la verdad tal y como es, y si encaminaría todo individuo detrás de su pensamiento, resultaría que todo el mundo estaría destruido, a causa de su limitación mental, pues a veces se encaminaría detrás del Creador y otras detrás de los ídolos paganos… sobre esto nos advirtió la Torah al decirnos: “Y no te encaminarás detrás de tu corazón ni detrás de tus ojos, para prostituirte” es decir, que no corra cada uno detrás de sus pensamientos estrechos y limitados pensando que su mente ha alcanzado una verdad.
También estos libros son incluidos en esta categoría por ser que el tema de lo que lee el ser humano, infieren en su pensamiento y en su espíritu y si el individuo no posee un actitud analítica, es decir que piensa y analiza si es correcto todo lo que va leyendo y las conclusiones a las que arriba aquella lectura, entonces resulta que en vez de dedicarse a lecturas más edificantes, tales como asuntos de Torah o sabiduría o alguna utilidad práctica acerca de su salud o alimentación, desperdicia el tiempo en lecturas vanas que finalmente van a derivar en que lea cualquier cosa que le viene en mano, y así también leerá libros apócrifos o idólatras.
Los que opinan que se pueden leer, con discernimiento.
Algunos opinan que los Sefarim Jitzonim, eran libros que se guardaban o reservaban para uso exclusivo de ciertas personas que podían usarlos con discernimiento, porque ofrecían algunos problemas teológicos o de concordancia con la Ley. Sólo los muy entendidos, pues, podrían utilizarlos resolviendo dichos problemas o por lo menos sin recibir daño en sus creencias.
Algunos de esos libros se tenían en gran aprecio, pero no se les consideraba como libros sagrados. Hoy les llamaríamos esotéricos. De ahí que algunos libros que finalmente fueron incorporados en el canon hubieran sido considerados en un principio como guenuzim. Por ejemplo, Proverbios, Cantares y Eclesiastés, hasta que la Gran Sinagoga (cuerpo antecesor del Sanedrín y el sínodo de Yabneh en autoridad) resolvió algunas dificultades que ofrecían. Ester fue mantenido un tiempo en esa categoría. Ezequiel estuvo a punto de ser declarado guenuzí, hasta que un rabino muy respetado, Ananías ben Ezequías, halló solución a las discrepancias que, según dijimos antes, se le encontraban con la Toráh. En las sinagogas existía un aposento o bodega llamada guenuzáh donde se guardaban, excluidas del uso público, las copias también de los libros sagrados que hubieran resultado defectuosas o ya muy gastadas por el uso. Esto ilustra bien el sentido propiamente dicho de guenuzim: libros o rollos puestos fuera del uso oficial, y guardados en lugar seguro, para no quedar expuestos al uso público.
Es interesante que casi todos los guenuzim, una vez definido el canon en Yabneh, fueron preservados y usados por los cristianos primitivos, por lo cual el texto que de ellos se conoce es el de copias de origen cristiano. También es interesante notar que una de las decisiones de Yabneh fue que “el evangelio (es decir, los escritos cristianos) y los libros de los herejes no son Sagrada Escritura”.
El Libro de Sabiduria de Ben Sirac.
El interés en el libro entre los Judios educados llegó alrededor del siglo 20, con la creciente opinión de que los libros de la Biblia y los Apócrifos son una expresión de la cultura judía y no sólo un punto de vista religioso. Por lo tanto fue traducida al hebreo de los textos cristianos conservados.
En primer lugar "copiado Ashkenazi hebreo y arameo y traducido con la solución en el asunto y palabras en arameo y comentarios eliminados", de Yehuda Leib, en Breslau , en 1798.
Tras el descubrimiento de manuscritos del Mar Muerto y Genizá de El Cairo, fueron extractos de la versión original en hebreo, que hizo más fácil para recuperar el libro, y se puede examinar la fiabilidad de las traducciones que se han conservado por los cristianos. La presencia de fragmentos del libro en el Geniza Cairo indica que Judios estaban interesados en incluso después de la firma de la Biblia.
El Libro de la Sabiduría de Jesús, hijo de Sirac, en hebreo: חכמת יהושע בן סירא, Común y familiarmente llamado Libro de Sirácides, o bien, del Sirácida. (La transcripción Sirácide, con e como valor vocálico final, y sin s final, resulta inapropiada en castellano; si bien se ha derivado de la forma francesa habitual de dicho término.)
Canonicidad
No ha sido incluida en el Tanaj. El Sínodo de Jamnia (Iavne), en el que los judíos finalmente intentaron definir su propia colección de textos religiosos tenidos por sagrados, decidió no incluirlo en el Tanach.
Podemos leer en el Talmud:
“Está expuesto en el Pentateuco por escrito, «y acudiendo Esaú a Ismael» [Genesis 28:9], repetido en los Profetas, por escrito, «Se le juntó a Jefté una banda de gente miserable, que hacía correrías con él» [Jueces 11:3], mencionado en una tercera etapa en los Hagiógrafos, por escrito: “Todo viviente ama a su semejante, y todo hombre a su prójimo»” [Eclesiástico 13:15].
Guemará, Seder Nazikin, Baba Qamma 92b
“Hay aún otro Paraíso debajo de las cabezas de las criaturas vivientes, por lo que está escrito: «Sobre las cabezas del ser había una forma de bóveda resplandeciente como el cristal, extendida por encima de sus cabezas» [Ezequiel 1:22]. Hasta aquí tienes permiso de hablar, de ahí en adelante no tienes permiso de hablar, por lo que está escrito en el libro de Ben Sirá: «No busques lo que te sobrepasa, ni lo que excede tus fuerzas trates de escrutar. Lo que se te encomienda, eso medita, que no te es menester lo que está oculto» [Eclesiástico 3:21-22].”
Guemará, Seder Mo’ed, Jagigah 13a
Texto y datación
El original fue escrito en hebreo; la traducción griega se estima obra de un nieto de Ben Sirac, quien lo habría traducido unos 60 o 70 años después. Hoy se dispone de copias del texto hebreo manuscritas por los judíos caraítas en el Siglo IX, encontradas en el depósito de una sinagoga en El Cairo en 1896 (3,6-16,26; 18; 19; 20; 25; 26; 36; 37; 35,11-38,27; 39,15-51,30), en 1931 (32,16-34,1) y 1958; así como de fragmentos de manuscritos copiados en el Siglo I o antes, encontrados en Qumrán (6,14-15; 6,20-31; 51,13-19) y en 1964 en la fortaleza de Masada (39,27-32; 40,10-19,26-44;17,6).8 Actualmente se dispone de dos tercios del texto hebreo: 1.108 versículos, con respecto a los 1.616 del total de que consta el texto griego.
En el Prólogo de la Versión Griega, se menciona expresamente que se trata de una traducción vertida del hebreo por un nieto del mismo Ben Sirac, a fin de cultivar y edificar la de de los judíos de Alejandría y da una fecha: el año 132 a. C.
A pesar de todo lo anterior, el origen hebreo del texto ha sido muy discutido. Algunos llegaron a sostener que los textos hebreos encontrados en El Cairo eran una traducción, pero tras el hallazgo de los manuscritos de Qumran y Masada se sabe sin lugar a duda que este libro fue escrito en hebreo.
La datación puede fijarse con cierta certeza, porque Jesús habla elogiosamente del Sumo Sacerdote Simón, segundo de este nombre (Sirácides 50), que parece haber sido su contemporáneo. El traductor del Libro al griego manifiesta que Jesús Ben Sirac era su abuelo, y él —el traductor— partió hacia Egipto en el año 38 del rey Evergetes (también segundo de ese nombre), es decir, en 132 a. C.
Por una parte, el autor no sabe nada acerca de las persecuciones perpetradas en contra del pueblo judío por Antíoco IV Epífanes, y no ha oído hablar de la conquista de Jerusalén, ni del saqueo del Templo; hechos que comenzaron en el 170 a. C. Por tanto, el Libro debe de haberse escrito antes, alrededor de 180 a. C. En esos tiempos, el helenismo había hecho presa de la nación judía, y contra esta invasión de cultura foránea habría preconizado Ben Sirac.
Es posible que inicialmente el libro no fuera compuesto como un todo, sino que resultara de la edición conjunta de una colección de varios textos, adecuadamente ensamblados. Desde hace mucho tiempo, estudiosos como Nicolás de Lira, Cornelio de Lapide y Eichhorn han propuesto que al menos cuatro bloques fueron reunidos: el primero, los capítulos 1 a 23; el segundo, 24 a 42,14; el tercero, un Laus Patrum 42,15 a 50,24; y el cuarto el poema sbre la búsqueda de la sabiduría 51,13-30.10
El libro constituye un inapreciable y casi único testimonio de la realidad de su tiempo y de las costumbres y usos judíos de entre la fecha de la composición original y la de la traducción del nieto de Sirácides (130 a. C.).
Contenidos
Tal como el mismo nieto de Sirácides señala en el Prólogo, el Libro se dirige a los judíos piadosos deseosos de regir su propia vida de acuerdo con la Ley, sin olvidar a los paganos que deseen saber qué les espera al asumir al Dios, la fe y las tradiciones propias de los judíos.
Sirácides intenta mantener la integridad de la fe, y poder contribuir a la depuración y purificación de usos y costumbres, que cada vez se iban tiñendo más de infiltraciones helenísticas.
Enseñanza
El Sirácida contiene sobre todo máximas éticas, con lo que se asemeja considerablemente a los Proverbios. Se ignora si Sirácides fue el autor original, o sólo se trató de un compilador. Aunque el estilo uniforme mostrado por el Libro parece hacer pensar en lo primero. Trata temas diversos: desde sencillas reglas de cortesía, humanidad y urbanidad, preceptos sobre el culto, superación de pruebas, y el temor del Señor, pasando por las normas respecto a los deberes para con el estado, la sociedad, y el prójimo.
La misma índole del texto, debido a que parece una selección de frases, proverbios y poemas de muy diversas fuentes, da pie a las disputas sobre la unidad del origen del texto, así como la lengua en la que fue escrito. Al parecer, algunos himnos a la sabiduría, o a Dios creador, sirven de enlace entre los diferentes conjuntos de los textos. El primero, que trata de la sabiduría, y del temor de Dios, al que siguen diversas sentencias y recomendaciones acerca de la forma de adquirirla. El segundo, sobre la diferencia entre la senda del bien, y la del mal, pasando por diversos estados de vida, y luego los oficios, y los temperamentos. En el tercer conjunto, se trata ampliamente sobre la discreción y la codicia. Y acaba con un himno de la sabiduría que se alaba a sí misma.
El epílogo invita al lector a acudir a las fuentes de la sabiduría. A continuación siguen dos suplementos: uno, sobre el temor de Dios, y otro, sobre la muerte.
Si bien, el Eclesiástico no presenta un plan organizado y premeditado; ya que trata de temas diversos, y se va saltando de unos a otros, puede identificarse en él, al menos, algunas cuatro líneas doctrinarias principales:
Los judíos pueden definir a Dios
La enseñanza sobre Dios sólo es impartida por los judíos de Israel. Estos enseñan que Dios es nuestro padre, que Él creó el mundo y todo lo que contiene, que es bueno, moral, e infinitamente sabio, que sabe si nosotros somos justos o injustos, y que premia a los buenos, y castiga, con gran severidad, la maldad del injusto e impío.
Premio y castigo en este mundo
Sirácides se enfrenta al muy grave problema de que, en el judaísmo, se suele enfatizar en concepciones de premios y castigos. Sin embargo, Sirácides carece del concepto de alguna recompensa consistente en una vida eterna después de la presente. Asume, sin reservas, que estas retribuciones y castigos son sólo temporales, es decir, que cada quién recibe en esta vida todas las consecuencias de nuestros propios actos: la piedad hacia Dios, el bien, la rectitud y la justicia, son bienes que tenemos que gozar en esta vida; pues no existe la idea o concepción de alguna otra vida.
La riqueza no es virtud
Prescindiendo de todo nihilismo, el Eclesiástico procede a hacer una moderada crítica de los ricos: la riqueza puede denotar inteligencia de parte de quien la ha amasado, pero no garantiza virtud, piedad ni justicia. Tiene un valor muy relativo y es peligrosísima para la salud espiritual de quien se regocija en ella. El verdadero camino, entonces, es la moderación.
Texto completo en hebreo con comentario por Yehuda Leib, en Breslov
No hay comentarios:
Publicar un comentario