15 de noviembre de 2013

Hannah y sus siete hijos.


El Talmud se relaciona en forma completamente diferente a la festividad a lo descrito en los libros de los Jasmoneos o a la literatura de los Tanaitas anteriores al Talmud.

Aquí en este post coloco un extracto del Segundo libro de los Jasmoneos, un libro Pseudoepigráfico, que no forma parte del Canon del Tanaj.

Todo comienza contra en la guerra contra Antíoco IV, uno de los monarcas greco-sirios que gobernaron la parte norte del derrumbado imperio de Alejandro Magno. Alejandro había sido respetuoso con la religión monoteísta de los judíos, pero Antíoco estaba decidido a imponer el helenismo en todos sus dominios, con sus dioses paganos y el culto al cuerpo. Cuando él encontró resistencia en Judea, hizo que el judaísmo fuera ilegal.

La observancia del Shabat, la circuncisión, y el estudio de la Torá estaban prohibidos con pena de muerte. Una estatua de Zeus fue instalada en el Templo en Jerusalem y cerdos fueron sacrificados ante él. Algunos judíos acogieron el nuevo orden y voluntariamente abandonaron la religión de sus ancestros. Aquellos que no lo hicieron fueron cruelmente castigados. Antiguas escrituras, que transcribo hoy acá, cuentan la historia de Hannah y de sus siete hijos, quienes fueron capturados por las tropas de Antíoco, torturados y ejecutados por negarse a comer cerdo. De acuerdo a las órdenes los niños debían postrase ante un ídolo. Uno a uno, los niños se negaron, y fueron torturados hasta la muerte frente a los ojos de su madre. Todo aquel que fuera visto con un Sefer Tora era condenado inmediatamente a muerte.

Al frente de las tropas encargadas de hacer cumplir los edictos del Rey estaba Apolonius que no dudó en matar muchos de los habitantes de Jerusalén, ordenando que en adelante el Templo fuera llamado el Templo de Zeus.

Lamentablemente Antiocus tuvo un gran colaborador en sus dictamenes en el propio Cohen Gadol, Menelaos, al cual se adjudican no pocos consejos de como ofender al pueblo judío y cuales eran sus puntos débiles.

El martirio de siete hermanos y de su madre.

También fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey, flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. 

Pero uno de ellos, hablando en nombre de todos, le dijo: "¿Qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de nuestros padres". 

El rey, fuera de sí, mandó poner al fuego sartenes y ollas, y cuando estuvieron al rojo vivo, ordenó que cortaran la lengua al que había hablado en nombre de los demás, y que le arrancaran el cuello cabelludo y le amputaran las extremidades en presencia de sus hermanos y de su madre. 

Cuando quedó totalmente mutilado, aunque aún estaba con vida, mandó que lo acercaran al fuego y lo arrojaran a la sartén. Mientras el humo de la sartén se extendía por todas partes, los otros hermanos y la madre se animaban mutuamente a morir con generosidad, diciendo:

"El Señor Dios nos está viendo y tiene compasión de nosotros, como lo declaró Moisés en el canto que atestigua claramente: 'El Señor se apiadará de sus servidores'".

Una vez que el primero murió de esta manera, llevaron al suplicio al segundo. Después de arrancarle el cuero cabelludo, le preguntaron: "¿Vas a comer carne de cerdo, antes que sean torturados todos los miembros de tu cuerpo?"

Pero él, respondiendo en su lengua materna, exclamó: "¡No!" Por eso, también él sufrió la misma tortura que el primero.

Y cuando estaba por dar el último suspiro, dijo: "Tú, malvado, nos privas de la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya que nosotros morimos por sus leyes".

Después de este, fue castigado el tercero. Apenas se lo pidieron, presentó su lengua, extendió decididamente sus manos y dijo con valentía: "Yo he recibido estos miembros como un don del Cielo, pero ahora los desprecio por amor a sus leyes y espero recibirlos nuevamente de él".

El rey y sus acompañantes estaban sorprendidos del valor de aquel joven, que no hacía ningún caso de sus sufrimientos.

Una vez que murió este, sometieron al cuarto a la misma tortura y a los mismos suplicios. 

Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló así: "Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en Dios de ser resucitados por él. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida".

En seguida trajeron al quinto y comenzaron a torturarlo. 

Pero él, con los ojos fijos en el rey, dijo: "Tú, aunque eres un simple mortal, tienes poder sobre los hombres y por eso haces lo que quieres. Pero no creas que Dios ha abandonado a nuestro pueblo. 

Espera y verás cómo su poder soberano te atormentará a ti y a tu descendencia".

Después de este trajeron al sexto, el cual, estando a punto de morir, dijo: "No te hagas vanas ilusiones, porque nosotros padecemos esto por nuestra propia culpa; por haber pecado contra nuestro Dios, nos han sucedido cosas tan sorprendentes.

Pero tú, que te has atrevido a luchar contra Dios, no pienses que vas a quedar impune".

Incomparablemente admirable y digna del más glorioso recuerdo fue aquella madre que, viendo morir a sus siete hijos en un solo día, soportó todo valerosamente, gracias a la esperanza que tenía puesta en el Señor.

Llena de nobles sentimientos, exhortaba a cada uno de ellos, hablándoles en su lengua materna. Y animando con un ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía: 

"Yo no sé cómo ustedes aparecieron en mis entrañas; no fui yo la que les dio el espíritu y la vida ni la que ordenó armoniosamente los miembros de su cuerpo.

Pero sé que el Creador del universo, el que plasmó al hombre en su nacimiento y determinó el origen de todas las cosas, les devolverá misericordiosamente el espíritu y la vida, ya que ustedes se olvidan ahora de sí mismos por amor de sus leyes".

Antíoco pensó que se estaba burlando de él y sospechó que esas palabras eran un insulto. Como aún vivía el más joven, no sólo trataba de convencerlo con palabras, sino que le prometía con juramentos que lo haría rico y feliz, si abandonaba las tradiciones de sus antepasados. Le aseguraba asimismo que lo haría su Amigo y le confiaría altos cargos.

Pero como el joven no le hacía ningún caso, el rey hizo llamar a la madre y le pidió que aconsejara a su hijo, a fin de salvarle la vida. 

Después de mucho insistir, ella accedió a persuadir a su hijo. 

Entonces, acercándose a él y burlándose del cruel tirano, le dijo en su lengua materna: "Hijo mío, ten compasión de mí, que te llevé nueve meses en mis entrañas, te amamanté durante tres años y te crié‚ y eduqué‚ dándote el alimento, hasta la edad que ahora tienes. 

Yo te suplico, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra, y al ver todo lo que hay en ellos, reconozcas que Dios lo hizo todo de la nada, y que también el género humano fue hecho de la misma manera. 

No temas a este verdugo: muéstrate más bien digno de tus hermanos y acepta la muerte, para que yo vuelva a encontrarte con ellos en el tiempo de la misericordia".

Apenas ella terminó de hablar, el joven dijo: "¿Qué esperan? Yo no obedezco el decreto del rey, sino las prescripciones de la Ley que fue dada a nuestros padres por medio de Moisés. 

Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios. 

Es verdad que nosotros padecemos a causa de nuestros propios pecados; 

pero si el Señor viviente se ha irritado por un tiempo para castigarnos y corregirnos, él volverá a reconciliarse con sus servidores.

Tú, en cambio, el más impío e infame de todos los hombres, no te engrías vanamente ni alientes falsas esperanzas, levantando tu mano contra los hijos del Cielo, porque todavía no has escapado al juicio del Dios todopoderoso que ve todas las cosas. 

Nuestros hermanos, después de haber soportado un breve tormento, gozan ahora de la vida inagotable, en virtud de la Alianza de Dios. Pero tú, por el justo juicio de Dios, soportarás la pena merecida por tu soberbia.

Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi alma por las leyes de nuestros padres, invocando a Dios para que pronto se muestro propicio con nuestra nación y para que te haga confesar, a fuerza de aflicciones y golpes, que él es el único Dios. 

¡Ojalá que se detenga en mí y en mis hermanos la ira del Todopoderoso, justamente desencadenada sobre todo nuestro pueblo!"

El rey, fuera de sí y exasperado por la burla, se ensañó con este más cruelmente que con los demás.

Así murió el último de los jóvenes, de una manera irreprochable y con entera confianza en el Señor. 

Finalmente murió la madre, después de todos sus hijos.

Pero basta con esto para informar acerca de los banquetes rituales y de la magnitud de los suplicios.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por tan bien redactada información..eso muestra que el verdadero fin es el del mundo venidero

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