Rabí Israel Meir Kegan, conocido como el Jafetz Jaim (por su obra de este nombre) era un hombre muy honrado, modesto y humilde.
En cierta ocasión el Jafetz Jaim viajaba en un carruaje.
El conductor ve una montaña de paja al costado del camino, y, viendo que no hay nadie en los alrededores, detiene el carro para llevarla y darle de comer después a sus caballos.
Cuando se agacha a recoger la paja, el Jafetz Jaim grita: “¡Te están viendo!” Y el hombre asustado vuelve corriendo al lado del carro.
Se tranquiliza y se percata de que no hay nadie cerca, y vuelve a recoger la paja. Otra vez, el Jafetz Jaim grita: “¡te están observando!” Y nuevamente el hombre regresa a su coche sin tiempo de agarrar la paja.
Cuando se agacha a recoger la paja, el Jafetz Jaim grita: “¡Te están viendo!” Y el hombre asustado vuelve corriendo al lado del carro.
Se tranquiliza y se percata de que no hay nadie cerca, y vuelve a recoger la paja. Otra vez, el Jafetz Jaim grita: “¡te están observando!” Y nuevamente el hombre regresa a su coche sin tiempo de agarrar la paja.
En el camino, el cochero le pregunta al Jafetz Jaim, cómo sabía que lo estaban viendo, porque él no llego a ver a nadie.
El Jafetz Jaim le explico que su intención era advertirle que del Cielo lo estaban viendo.
El Jafetz Jaim le explico que su intención era advertirle que del Cielo lo estaban viendo.
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