El deseo de recibir no se puede anular, es la esencia del hombre, la energía básica que nos mueve, ya que él es el recipiente del placer. De acuerdo a la Torah debemos educar nuestro deseo y darle la forma correcta: altruismo.
El egoísmo tiene en su interior el germen del mal, de la oscuridad. El altruismo, por el contrario es la fuente del bien, de la luz. La luz disipa la oscuridad y es precisamente por ello que en lugar de hacer hincapié en luchar contra la oscuridad debemos revelar luz.
El egoísta parece más «natural», «espontáneo» siendo que hace lo que siente, mientras que el altruista debe pensar en la consecuencia de sus actos. En ese contexto el judaísmo no es «natural» pues cada acto que el hombre realiza debe ser el resultado de un proceso de evaluación de la realidad para prever la consecuencia que nuestros actos van a generar. Ese proceso espiritual se denomina en el lenguaje espiritual judío, mitzvá.
No codiciar, no engañar, no asesinar, así como cada una de las 613 mitzvót son los desafíos de la vida espiritual judía para que superemos la naturaleza egoista y alcancemos finalmente nuestra verdadera naturaleza: el altruismo.
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