La familia Pototzki, era una familia (no judía) muy conocida de Polonia, la cual se dedicaba a la venta de vodka. Debido a que vendían vodka, bebían día y noche la mercadería que vendían. Maldecían y se pegaban los unos a los otros sin cesar, sin quedarles demasiado tiempo para la vida familiar. El joven Pototzki de dieciocho años, se hartó de ver a sus padres todo el tiempo borrachos, pegándose el uno a otro y también pegándoles a sus hijos.
Un viernes a la una de madrugada, cuando ya no podía soportar más, saltó sobre su caballo y cabalgó en dirección al palacio. De camino pasó por una posada (es sabido que el único negocio que le estaba permitido ocuparse a los judíos era la venta de vodka en las posadas, y por eso ellos vivían al lado del palacio), y obviamente que estaba cerrada en la noche de Shabat Kódesh.
El joven miró por la ventana, y vio a un judío sentado con pureza y santidad junto a sus hijos. Todos estaban sentados con tanta dulzura y con tanto amor, que no podía dejar de mirarles.
Pensó para sí: ojalá hubiese tenido una familia así, ojalá mis padres se hubieran sentado conmigo, aunque hubiera sido por una sola vez, tal como aquel simple judío se sienta junto a su familia en la noche del viernes. Fue hasta allí y decidió golpear la puerta. En aquellos días, cuando un no judío golpeaba la puerta, se sentía cierto olor a peligro.
El judío abrió la puerta y le preguntó: «¿Cómo te puedo ayudar?» Pototzki le contestó: «¿Acaso puedo unirme a ustedes?». Pototzki entró y vio: Guevald, ¡qué dulzura tenía aquel simple judío, qué santidad tienen los judíos! El vio cuán preciados y sagrados son los judíos en la noche de Shabat Kódesh. El judío más pobre es un rey de reyes; y avergüenza a todos los reyes del mundo en esto.
Cuando terminaron de comer, Pototzki le preguntó: «¿puedo volver la próxima semana?» El judío le contestó: «puedes venir todas las semanas».
Y así, poco a poco, empezó a llegar todos los Shabat Kódesh, y comenzó a estudiar Torá y mitzvot.
Ese judío tenía una hija muy linda, y a Pototzki le quedaba claro que ella era su verdadera pareja. Mas Pototzki todavía no era judío, y convertirse en Lituania era algo sencillamente imposible. Primero, había sobre ello pena de muerte, y segundo, de seguro que al día siguiente habría un pogrom.
Pototzki decidió que viajaría a Holanda por algunos años, pues allí sí estaba permitido convertirse, y después de ello regresaría. Y así, de pronto, desapareció Pototzki de su ciudad natal. Yo no sé cuanto lloraron sus padres por él, pero después de tres años, finalmente regresó.
Sepan que su alma era un alma verdaderamente sagrada. Cuando era un bebé y su madre lo paseaba en su cochecito, de pronto comenzó a llorar. El sagrado Baal Shem Tov pasó en aquel instante por el otro lado de la calle, y entonces le dijo a sus jasidim: «¿Ven ustedes a aquel bebé? Él estuvo parado con nosotros frente al monte Sinai».
El Baal Shem Tov fue al cochecito y levantó al bebé. El bebé estaba tan feliz y contento que se reía sin parar.
Los jasidim que vieron eso, sabían que aquel bebé era seguramente algo muy especial, mas solamente ahora podemos entender el porqué.
Regresó el Graf Pototzki después de tres años, y no solo que se sabía todo el Talmud, sino que además se había transformado también en un sagrado kabalista. Él logró en tres años, lo que parte de nosotros no hubiéramos logrado en miles de años. Se casó entonces con la hija de aquel judío, mas obviamente, con sus «peot» y su larga y linda barba, ya nadie le reconoció.
Lamentablemente, en el Beit Haknéset donde él acostumbraba a rezar, había un judío que aparentemente la faltaba cierto grado santidad, y solía hablar todo el tiempo en medio de la tefilá. El Graf Pototzki le rogaba: «¡por favor, no hables así en medio de la tefilá, molestas a todos!». Una vez, el Graf Pototzki se acercó a él y le dijo: «En verdad, no está bien que hables tan ruidosamente molestando a los demás». Aquel judío se dirigió al Graf Pototzki y dijo: «¡fíjense lo que sucede aquí, viene un converso y me dice lo que tengo que hacer!». En el instante en que dijo eso, se reveló aquel secreto, y la gente comenzó a averiguar acerca de su pasado. Después de una semana, su madre no judía lo reconoció y la policía lo detuvo. Ella vino con un cura, y entonces le dijeron que había una iglesia que tendría compasión de él, y que estaba dispuesta a recibirlo a pesar de sus pecados, pero si él no retornaba a ellos, entonces tendrían que quemarlo en el mercado. Fijaron la fecha para su quema en la festividad de Shavuot. ¡Qué gran mérito es poder elevarse de este mundo en conjunto con la sagrada Torá!.
El joven miró por la ventana, y vio a un judío sentado con pureza y santidad junto a sus hijos. Todos estaban sentados con tanta dulzura y con tanto amor, que no podía dejar de mirarles.
Pensó para sí: ojalá hubiese tenido una familia así, ojalá mis padres se hubieran sentado conmigo, aunque hubiera sido por una sola vez, tal como aquel simple judío se sienta junto a su familia en la noche del viernes. Fue hasta allí y decidió golpear la puerta. En aquellos días, cuando un no judío golpeaba la puerta, se sentía cierto olor a peligro.
El judío abrió la puerta y le preguntó: «¿Cómo te puedo ayudar?» Pototzki le contestó: «¿Acaso puedo unirme a ustedes?». Pototzki entró y vio: Guevald, ¡qué dulzura tenía aquel simple judío, qué santidad tienen los judíos! El vio cuán preciados y sagrados son los judíos en la noche de Shabat Kódesh. El judío más pobre es un rey de reyes; y avergüenza a todos los reyes del mundo en esto.
Cuando terminaron de comer, Pototzki le preguntó: «¿puedo volver la próxima semana?» El judío le contestó: «puedes venir todas las semanas».
Y así, poco a poco, empezó a llegar todos los Shabat Kódesh, y comenzó a estudiar Torá y mitzvot.
Ese judío tenía una hija muy linda, y a Pototzki le quedaba claro que ella era su verdadera pareja. Mas Pototzki todavía no era judío, y convertirse en Lituania era algo sencillamente imposible. Primero, había sobre ello pena de muerte, y segundo, de seguro que al día siguiente habría un pogrom.
Pototzki decidió que viajaría a Holanda por algunos años, pues allí sí estaba permitido convertirse, y después de ello regresaría. Y así, de pronto, desapareció Pototzki de su ciudad natal. Yo no sé cuanto lloraron sus padres por él, pero después de tres años, finalmente regresó.
Sepan que su alma era un alma verdaderamente sagrada. Cuando era un bebé y su madre lo paseaba en su cochecito, de pronto comenzó a llorar. El sagrado Baal Shem Tov pasó en aquel instante por el otro lado de la calle, y entonces le dijo a sus jasidim: «¿Ven ustedes a aquel bebé? Él estuvo parado con nosotros frente al monte Sinai».
El Baal Shem Tov fue al cochecito y levantó al bebé. El bebé estaba tan feliz y contento que se reía sin parar.
Los jasidim que vieron eso, sabían que aquel bebé era seguramente algo muy especial, mas solamente ahora podemos entender el porqué.
Regresó el Graf Pototzki después de tres años, y no solo que se sabía todo el Talmud, sino que además se había transformado también en un sagrado kabalista. Él logró en tres años, lo que parte de nosotros no hubiéramos logrado en miles de años. Se casó entonces con la hija de aquel judío, mas obviamente, con sus «peot» y su larga y linda barba, ya nadie le reconoció.
Lamentablemente, en el Beit Haknéset donde él acostumbraba a rezar, había un judío que aparentemente la faltaba cierto grado santidad, y solía hablar todo el tiempo en medio de la tefilá. El Graf Pototzki le rogaba: «¡por favor, no hables así en medio de la tefilá, molestas a todos!». Una vez, el Graf Pototzki se acercó a él y le dijo: «En verdad, no está bien que hables tan ruidosamente molestando a los demás». Aquel judío se dirigió al Graf Pototzki y dijo: «¡fíjense lo que sucede aquí, viene un converso y me dice lo que tengo que hacer!». En el instante en que dijo eso, se reveló aquel secreto, y la gente comenzó a averiguar acerca de su pasado. Después de una semana, su madre no judía lo reconoció y la policía lo detuvo. Ella vino con un cura, y entonces le dijeron que había una iglesia que tendría compasión de él, y que estaba dispuesta a recibirlo a pesar de sus pecados, pero si él no retornaba a ellos, entonces tendrían que quemarlo en el mercado. Fijaron la fecha para su quema en la festividad de Shavuot. ¡Qué gran mérito es poder elevarse de este mundo en conjunto con la sagrada Torá!.
Entre los grandes tzadikim de aquella época estaba Alexander Zizkind, autor del libro «Iesod Haavodá», quien se hallaba entre los grandes kabalistas de la época. Él decidió, que a pesar de lo peligroso que podía ser para un judío aparecer en el día de la hoguera, él igualmente debería estar allí, pues cuando el Graf Pototzki dijera el «Shmá Israel» por última vez, quería decirlo junto con él.
El Rav Zizkind tenía un nivel espiritual suficientemente elevado, como para hacer una cosa así. Trepó entonces a un árbol muy alto, y no necesitó de comida ni de ninguna otra cosa material. Llegó el momento de la quema y todos los gentiles gritaron fuertemente: «¡muerte a los judíos!», procediendo inmediatamente a quemarlo.
El Rav Zizkind, le gritó al Graf Pototzki en hebreo para que él lo escuchara: «tú no estás solo, yo estoy aquí en nombre de todo el pueblo de Israel». Y entonces, juntos dijeron el «Shmá Israel».
El Rav Zizkind tenía un nivel espiritual suficientemente elevado, como para hacer una cosa así. Trepó entonces a un árbol muy alto, y no necesitó de comida ni de ninguna otra cosa material. Llegó el momento de la quema y todos los gentiles gritaron fuertemente: «¡muerte a los judíos!», procediendo inmediatamente a quemarlo.
El Rav Zizkind, le gritó al Graf Pototzki en hebreo para que él lo escuchara: «tú no estás solo, yo estoy aquí en nombre de todo el pueblo de Israel». Y entonces, juntos dijeron el «Shmá Israel».
¡Qué «Shmá Israel» intenso dijeron. Si prestamos atención, se lo puede escuchar hasta el día de hoy...!
No hay comentarios:
Publicar un comentario